martes, 25 de junio de 2013

MURILLO Y EL ROCÍO.


Si Murillo viviera

Alejandro Ruesga / Fran López de Paz


Saca de yeguas en El Rocio en 2005
Dice el Evangelio de Almonte que Murillo estuvo en el Rocío. Que se escapó una mañana a las Rocinas para conocer a la Virgen que veneraban en la ermita varada en la marisma.
Fue por San Pedro, a finales de junio, cuando el pintor llegó a los arenales que están junto al mar esmeralda del Condado de Niebla. Se encontró casualmente con un espectáculo inimaginable. Era la saca de las yeguas, una ceremonia antigua en la que las hembras de los caballos que recorren Doñana salen de su entorno salvaje para trotar hasta la villa almonteña. Paran en las rocinas, para beber y descansar antes de coger camino del arroyo de Santa María que es donde se agrupan sudorosas para entrar solemnemente en el pueblo.  Cruzan por pinares, galopan entre el romero, rodean los acebuches, se enredan con las amapolas, juegan con los lirios y junto a la Virgen reciben el agua bendita de un cura porque ellas también son criaturas del Señor.
Tan grande fué lo que vió Bartolomé Esteban Murillo que quiso regalarle a la Marisma el azul purísima de sus inmaculadas. Por eso cogió las escaleras y los pinceles y se puso a pintar el cielo. No hay un azul más hermoso en el universo.
Tan grande fue lo que vio Bartolomé Esteban Murillo que quiso regalarle a la Marisma el azul purísima de sus Inmaculadas. Por eso cogió las escaleras y los pinceles y se puso a pintar el cielo.  No hay un azul más hermoso en el universo.
Fuente: OCLISE.COM


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